Para
inaugurar este blog, voy a escribir un pequeño relato autobiográfico con dos de
las experiencias sobre la salud en el colegio que he vivido yo, uno de ellos en
el colegio primario y otro en el instituto.
Cuando
yo iba al colegio había una rutina que nos ponían cada año y que cualquier niño
recordará todavía hoy a pesar de haberse convertido en adultos. Estoy hablando
del famoso flúor, ese liquido rosa que es importante en la higiene bucal, que
debíamos mantener en la boca durante un minuto y posteriormente escupirlo de
nuevo en el vasito. Hablando desde mi experiencia personal, debo de decir que
el momento en el que la profesora entraba en la clase con la caja que contenía
todos esos vasitos con el líquido rosa era una tortura. Yo odiaba el sabor de
ese liquido de hecho casi siempre me producía unas arcadas que hacían que
pasara unos momentos horribles mientras tenía que tenerlo en la boca.
Hoy
en día entiendo que nos lo hicieran tomar, era por nuestro bien y para mejorar
nuestra higiene bucal y por lo tanto mejorar de forma pequeña nuestra salud,
pero a esa edad yo no entendía por qué nos hacían pasar por esa tortura. Con
los años se le fue dando menos importancia hasta que nos dejaban pasar de
mantener durante ese interminable segundo el flúor en la boca. Debo admitir
además, a modo de anécdota graciosa, que varios alumnos hacíamos como que lo tomábamos
pero lo dejábamos en el vasito y la profesora nos decía que estábamos
haciéndolo muy bien mientras nosotros nos reíamos sabiendo que el líquido
seguía en el vaso que había llegado a clase.
La
otra experiencia fue ya en el instituto, siendo más mayores y siendo más
conscientes de nuestros actos y de lo que debíamos hacer tanto por nuestra
salud e higiene como para la mejor convivencia en clase con los demás
compañeros. Cuando teníamos clases de educación física, la mayoría de los
compañeros llevábamos la ropa deportiva en la mochila y después nos aseábamos y
nos volvíamos a cambiar para ir a clase de nuevo. Yo recuerdo que varios
compañeros no realizaban esta tarea tan fácil que además de higiénico, no nos
llevaba tanto tiempo, por lo que mientras nosotros llegábamos a la clase
siguiente aseados y sin oler a sudor, debíamos aguantar el mal olor de esos
pocos compañeros que no entendían que no asearse conseguía que todo pasáramos
un mal rato con aquel olor, además de llevarnos una bronca de vez en cuando por
“el olor a humanidad de toda la clase”.
Pienso
que como docentes, deberíamos enseñarles a los niños desde pequeños y a lo
largo de toda la escolarización la importancia de la higiene, puesto que esto
repercutirá en nuestra salud, además de que con una buena higiene personal
diaria damos una mejor imagen y hace que nos veamos como personas responsables
y con cabeza.
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