jueves, 12 de septiembre de 2013

María

                Para inaugurar este blog, voy a escribir un pequeño relato autobiográfico con dos de las experiencias sobre la salud en el colegio que he vivido yo, uno de ellos en el colegio primario y otro en el instituto.
                Cuando yo iba al colegio había una rutina que nos ponían cada año y que cualquier niño recordará todavía hoy a pesar de haberse convertido en adultos. Estoy hablando del famoso flúor, ese liquido rosa que es importante en la higiene bucal, que debíamos mantener en la boca durante un minuto y posteriormente escupirlo de nuevo en el vasito. Hablando desde mi experiencia personal, debo de decir que el momento en el que la profesora entraba en la clase con la caja que contenía todos esos vasitos con el líquido rosa era una tortura. Yo odiaba el sabor de ese liquido de hecho casi siempre me producía unas arcadas que hacían que pasara unos momentos horribles mientras tenía que tenerlo en la boca.
                Hoy en día entiendo que nos lo hicieran tomar, era por nuestro bien y para mejorar nuestra higiene bucal y por lo tanto mejorar de forma pequeña nuestra salud, pero a esa edad yo no entendía por qué nos hacían pasar por esa tortura. Con los años se le fue dando menos importancia hasta que nos dejaban pasar de mantener durante ese interminable segundo el flúor en la boca. Debo admitir además, a modo de anécdota graciosa, que varios alumnos hacíamos como que lo tomábamos pero lo dejábamos en el vasito y la profesora nos decía que estábamos haciéndolo muy bien mientras nosotros nos reíamos sabiendo que el líquido seguía en el vaso que había llegado a clase.
                La otra experiencia fue ya en el instituto, siendo más mayores y siendo más conscientes de nuestros actos y de lo que debíamos hacer tanto por nuestra salud e higiene como para la mejor convivencia en clase con los demás compañeros. Cuando teníamos clases de educación física, la mayoría de los compañeros llevábamos la ropa deportiva en la mochila y después nos aseábamos y nos volvíamos a cambiar para ir a clase de nuevo. Yo recuerdo que varios compañeros no realizaban esta tarea tan fácil que además de higiénico, no nos llevaba tanto tiempo, por lo que mientras nosotros llegábamos a la clase siguiente aseados y sin oler a sudor, debíamos aguantar el mal olor de esos pocos compañeros que no entendían que no asearse conseguía que todo pasáramos un mal rato con aquel olor, además de llevarnos una bronca de vez en cuando por “el olor a humanidad de toda la clase”.

                Pienso que como docentes, deberíamos enseñarles a los niños desde pequeños y a lo largo de toda la escolarización la importancia de la higiene, puesto que esto repercutirá en nuestra salud, además de que con una buena higiene personal diaria damos una mejor imagen y hace que nos veamos como personas responsables y con cabeza.


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