El recuerdo más explícito que tengo de mi niñez, sobre el tema anteriormente citado, son las innumerables vacunas que la enfermera del centro de salud se desplazaba a ponernos al colegio. No recuerdo esta actividad por lo agradable que podía resultar sino por las múltiples veces que me mareé y lloré. Con el paso del tiempo fui entendiendo que aquel mal trago era necesario para evitar padecer muchas de las infecciones, virus…enfermedades que podrían atacarnos al no inmunizarnos de cierta forma hacia ellas.
Otra actividad que llevaba de forma desconsolada cada vez que tocaba era la revisión que un dentista especializado se desplazaba a hacernos a clase. Esta revisión tocaba dos veces al año. Aún así después se aportaba al centro unos frasquitos que contenían flúor y con los que nos obligaba la tutora a enjuagarnos la boca una vez a la semana. A pesar de lo desagradable que me resultaba que un extraño me estuviera tocando y observando mis dientes y de obligarme a tener en mi boca aquel realmente repugnante líquido rosado, hoy día doy las gracias por el cuidado, la protección y la importancia que se le daba en mi colegio a la salud dental pudiendo con pequeñas acciones librarnos de las caries y otras bacterias que podrían dañar nuestros dientes.
Con el paso del tiempo y llegando ya a la adolescencia, estas actividades pasaban a realizarlas cada uno por su cuenta. Aún así se seguiría velando por nuestra salud.
Una de las buenas costumbres que poseía mi instituto era que nos mandaban una hoja a casa con el menú que cada semana se iba a servir en el comedor. Considero que este es un muy buen método, ya que así en casa podían alternarnos el resto de las comidas con las del comedor para tener una dieta más equilibrada, lo que nos aportaría un mayor bienestar y una vida más saludable.
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